diciembre 31, 2012

El humo en tu boca



El humo en tu boca baila,
gira, recrea figuras de almizcle
y alquitrán copulan tan alto
que no es de la vida la muerte
lo que uno pretende,
sino ser ese gris que emana
en bocanadas espesas
en el que el vivir sin más pasa
sin reparar en los comederos
de aves carentes de alpiste.

Pero fuma Mujer, fúmate el vicio
que te ha condenado a la belleza
del ser emancipado de demonios
que saltan gustosos al precipicio,
fuma de dios y de todos los santos
la sutileza que amanece en tus labios
tan fulminante como el amonio.

El humo en tu boca baila,
disloca de los días la calma
y de la fiera noche la Luna,
que le muestra el ombligo
a los locos que en lontananza
destilan entre sus sueños
la humareda que te envuelve 
con su cáncer vuelto dunas
de blanca arena y revuelos
del aire en el que el trago,
sin más y a estas terribles horas
el alma me incita y me revuelve.


A Alejandra Pineda, 
por motivo de su cumpleaños
(Foto de ella misma, la cual agradezco).








En el fondo del vaso

Quizá en el fondo no sea tan malo,
ni tan bueno como superfluamente
perdido en la sobriedad aparento.


Ante esta caída intempestiva
de la noche, de las sombras
que de un corto bocado me engullen,
no concibo otra manera de sostenerme
que echar el ancla dentro del vaso;
beber, beberme la vida que me queda
delante de este mirar tan cansino
sujeto a la tinta negra y a las hojas
que pronto dejaran de ser blancas,
como aquellos ayeres clandestinos
que como cuervos vienen
a sacarme sin remedio los ojos,
a mostrarme entre las cuencas
el alma en un triste amarillo.

Y espero el alba en las esquinas
por donde a diario pasa la Muerte
robando pesares y dando besos
de alquitrán en la frente.

Por que la cena está fría
y la carne aún tiene sangre
fresca y larvas que beben
como yo mismo ante el vaso,
tan desnudo y tan inerme
como la Luna que brilla
anunciando un "no se que diablos"
que se me cuelga en los labios,
en la lengua, en esta tibia voz
que son y serán mis manos,
con todos su huesos derrotados.

Y entonces siento el mar
que reverdece ante la noche,
entrechocando con las rocas
que una vez me encontraron
de oídos sordos sedientos,
para esta franqueza de mi boca.

Mis manos, siempre cobardes
replegadas en las paredes
lloran por no poderse morir,
entre el pecho que les clama
caricia y por la caricia misma
en el que las volutas de humo
danzan alcanzando del cielo,
aquella infranqueable cima.

Mis pies ya no son los mismos
que otrora burlaban la suerte
por salir ilesos de mil batallas;
ahora son dos viejos torpes
que buscan ponerse en alto
para que la sangre fluya
y el dolor se ahuyente un rato.

Y soy ese recuerdo gris
que se esconde en un cajón
cubierto de polvo y cenizas,
mirando como las sombras
se me echan encima
hasta dejarme moribundo
y silente en estos versos
que me sulfuran las tripas.

diciembre 25, 2012

Desde el cesto de basura III

XII

Algunas veces, mientras mi nocturno
vómito pasa de la sangre a las letras,
a esta poesía simple, a secas,
imagino un sueño de tierras lejanas
a donde pueda llevarme el humo.

No serás tú la princesa encantada
ni yo el valiente corsario,
ni siquiera el maldito sapo;
seremos tierra y agua
copulando sin quererlo,
mientras el mundo mira
de un modo indistinto
los arreboles alumbrados
por nuestra carne en la pira.

XIII

Mi verso, sin lugar a dudas
ha de encallar sus pocas luces
en el fondo de un vaso
en el que refulgen tres cruces.

La primera es por mi,
la segunda por el gato
y la tercera es el arrebato
en el que le encajo las garras
a la Luna tan por sólo vivir.

XIV

Mi corbata, triste en su camín
descansa en la silla demacrada,
ajena a muchedumbres ancladas
al estupor donde el mundo es feliz.

Pero embiagaos, monseñores oscuros
de talante y de un alma inoportuna,
bebed la trsiteza de un canto duro
en donde sin más hallemos la Luna.

XV

De ti, nada recordaría
sino la levedad de tus pies
y aquella boca tuya, por ser la primera
que entre sueños de parranda
me llamó sin más poeta,
en una noche incivil y desierta
en la que con alas mutaste en quimera.

Pero en tu vuelo de hospitales
y batas blancas no me llevaste,
ni me ataste cual cordón a tu pelo
en señal de blancas palomas;
mientras yo, me quedé prendido
a tu cintura llena de tibios levantes.

Y sin embargo, las mariposas
siguen de ti hablando,
mis abrazos, buscando tu costado
y mis sienes añorando una rosa.

XVI

Como el perfecto imbécil que soy,
escribo desde el fondo del vaso
en el que surge el sentimiento
y del que a menudo no hago caso.

Pero esta noche, me importa poco
reír y hacerme el loco
que no busca sino anochecer
en esta locura cual menester.

Pendiendo del Siroco

Esta sombra, tras mi paso cansino,
redobla los andares despojados
de aquellos rosedales clandestinos
en los que mi estrella se ha apagado;
soy un soplo de viento
perdido en el levante,
soy tunante sediento
de un oasis distante.

Y siendo la noche, cruelmente fiera,
revisto mi cantar de salvos besos
puestos en la boca de una quimera
que nada sabe, ni sabrá de excesos;
voy trastocando espejos
que me hablan de espejismos,
voy sintiendo el reflejo
de quien soy ahora mismo.

Desde hace tiempo, traigo una renuncia
en mis maletas de polvo y cenizas,
un garabato de sangre que anuncia
algo más que mis tripas hechas trizas;
y sin embargo vivo
la locura del loco,
mientras sin más escribo
pendiendo del siroco.



diciembre 13, 2012

Desde el cesto de basura II

VI

Inmerso entre las hojas,
bajo un otoño bastardo
de silencios que gritan,
contenido en las paredes
cristalinas del mismo vaso,
carcomido por la necesidad
alojada entre el índice
y el pulgar.

VII

A esta penumbra inmaculada
recitando versos sin voz
ha de faltarle el pecho
y un par de finos alfileres,
un latido, una espalda erizada,
un retazo siquiera de corazón.

VIII

Hace tiempo
que de mí no sé
si no es 
tambaleante
y hundido,
macilento
y perdido,
fiero amante
a pesar de lo cobarde
cuando casi extinto,
no acierto a decir
con las manos:
te necesito.

Y por ello
brindo.

IX

Con el mar rondando
bajo los párpados
uno no puede más
que acunar en los ojos
una pizca de sal
y los deseos de humedad.

Cierto es el vaivén
empedernido de las olas
coronadas con blanca
espuma y restos de ayer,
trayendo a nuestros pies
mensajes en caracolas.

X

Cuanta razón tiene
la cadencia en tu cadera,
el temblor agreste
provocado en la acera
contigua si tus pechos
me acorralan deshecho...

....y cuanta sinrazón
es la que sin más espero
en el infierno de tus labios,
en la lubricidad de tu cielo
entre el carmesí y el marrón.

XI

Cómo Lázaro, a diario
me levanto y a tientas ando,
con la resaca a cuestas,
con el rancio olor a tabaco
entre mis dedos y mi letra
en papel blanco cual sudario.

Y soy aquella dualidad
entre la vida y la muerte,
entre el ocaso de la verdad
y de la dulzura cuando miente
enredada en la precariedad.



diciembre 07, 2012

Desde el cesto de basura

I

Y así, la animadversión del labio
que no logra seducir cuando calla
me incita a mirar cúmulos y estratos
en el ángulo gris en el que todo estalla.

II

De la mentira conservo
la última trilogía de letras
y la piedad si es mansamente
un arrebato del César.

III

Pudiera hoy firmarte
frente al más ciego de todos
los seniles notarios,
que no intento rendirte
bajo mis buenos modos
y mi verso estrafalario.

Dadme una pluma cargada
de anhelos desbocados,
una docena de papeles
tristemente blancos,
una espina ensimismada
bajo la sien entre laureles
y ya después, maleta en mano
dejadme una beso en la frente
para sentirme,
al menos, un poco humano.

Pero sabes bien
-de sobra lo sabes-
que no lo harás
y no lo haré.

IV

Viene el tren anunciado
desde la vaguedad de la distancia
a lo lejos,
y yo que no sé si tirarme
ante su peso inclemente
o mirar,
en sus ventanas el reflejo.

V

Sigo pensando
que el origen de todos
nuestros humanos males,
es la incapacidad absoluta
de amarnos como animales.

Pero no soy yo quien habla,
es mi lengua de gato.

Y ya después

Descansa sobre mi verso y mi mano,
sobre estos ojos míos apagados
ante un cielo inclemente,
bébete mi llanto aún inmaculado,
mi sangre con su candor inhumano
cuando el pecho no miente.

Y ya después,
después que me caiga
encima la muerte.

diciembre 05, 2012

Devengo de la rosa marchita

Devengo de la rosa marchita,
de un callejón a oscuras
donde la demencia sonríe
al saberse sin cura,
de fantasmales visitas
con tullidos colibríes
revoloteando entre fisuras.

Ayer, entre sueños de manzanos
y futuras sombras otoñales,
me descubrí triste y malsano
recitando un verso de arrabales,
evocando un par de vidas artificiales
a pesar del siniestro desengaño.

Hoy, bajo la niebla espesa
acumulada en el mar de los ojos,
pierdo el reflejo y me vuelvo presa
ante el pronto albor que elucubra el rojo
de la sangre estancada en el dorso
de la mano emancipada de razón
y funerales sin café y sin corazón.

Mañana, al despertar con fiera resaca
me afeitaré el alma a primera hora,
me anudaré como inglés la corbata
que no estrangula mis ganas traidoras
de no ser, el poetastro que escribe
su melancolía para creer que vive.

Devengo de una Luna nacarada,
de la idea de una Musa bendita
que me mostró al desnudo sus pies
y su pecho entre letras malditas,
su mirada tan triste y mascarada
por reconocer la imposibilidad del después
con la propia pasión en cinta.