agosto 28, 2012

No es que te quiera

No es que te quiera
en el peor de mis momentos
a mi espalda trenzada,
es que te requiero blanca
deslumbrando la luz
que entra por mi ventana
a las seis de la mañana,
tan sólo por crear
el verso más sentido,
aquel que ajeno a la realidad
sea sin más el más real
y el más descolorido
ante un mundo fatal.

Cuando te quiero,
de tajo no me quieres
y cuando has de quererme,
el tiempo me enluta perenne.

Hoy que reparo

Hoy que reparo en mis huecos bolsillos
he de saber de la deuda que tengo
con el sol si se demuestra amarillo
entre las noches que ya no tengo.

Siendo el juez que a toda costa comparte
una caricia escueta en el cajón,
no puedo menos que heredar mi parte
de culpa oxidada en mi oración.

Habrás de mirarme yendo y viniendo
con la corbata ciega y anudada
engañando un pensar tan virulento
como la misma noche descarriada.

 Tus caderas me prensan soñoliento
al baile de aquellos muertos que viven
de néctares insalubre sedientos
donde las plagas sin más sobreviven.

Pero volviendo un poco al fiero atrás
en el que las Lunas son la savia
en la que tus pechos desnudos jamás
hallaran mi letra y su espesa labia,
he de morirme en la cruz embalada
de una esperanza del roce aceitado
de ese deseo sublime y encalado
sobre la Luna y tu espalda erizada.

Yace triste mi alma

Yace triste mi alma entre blancos huesos
a la luz de una bombilla maldita,
a la espera de las crueles termitas
que carcomen el recuerdo y los sesos.

Soy un paraje de pronto olvidado
por la lágrima que no tocó el suelo,
la sombra que jamás llegará al cielo
de un hombre enajenado en el pasado.

No era yo aquel que te llamaba febril
inmerso entre la sangre y la hondonada
de aquel Marzo esperando ansioso el Abril,

en el que las aves desencajadas
pretendieron mi latido más que vil
atado a tu cintura inmaculada.






agosto 23, 2012

En mis bolsillos IV (parte II)

VI

Furtivamente te he mirado
a contraluz,
con los puños cerrados
por la rabia no querer mirarte
como el feligrés a la cruz,
como el suicida a las ganas
de tirarse por la ventana.

Disculparás si en mi sueño
tan pesado y tan incierto,
mi boca busca unirse a la tuya
en un trance dulcemente lento,
que desemboque con premura
en el oasis que seduce mi sed
cuando estoy mas sediento.

VII

Me invitas a bailar.
¡Y qué bien!- me digo-,
si al menos mis pies
en lugar de tropezar,
a tientas -y me maldigo-,
encausaran el viejo un, dos, tres...

No bailo más que la letra
que de mí desconoces,
entre noches solitarias
con música y escozores.

VIII

Correré el riesgo de morirme
en la raya de los que no hicieron
el más ínfimo caso,
sonriendo ante la dureza
en la frente del paredón
con mi verso y mi nariz
de payaso.

Tírame un par de besos
y una fiera plegaria
por la salvación de mi alma,
cuando me encuentres ajeno
escribiendo rapaces versos
rayando el mar y el alba.


 

agosto 21, 2012

En mis bolsillos IV

I

En las avenidas ya no crecen flores
y tan sólo me encuentro volteando
la mirada hacia la ventanilla
que enmarca una feroz Muerte
tan sonriente y tan vestida de payaso,
soltando carcajadas amarillas.

Podéis hacer de mi esqueleto
un amasijo de acumuladas penas,
una pelota que arrastre sin rumbo
uno de esos raros escarabajos,
o podéis, en el peor de los casos
hacerme el hombre más feliz
que de noche se bebe el mundo.

Pero de pronto noto la pobreza
más vil de todas las que conozco,
cuando miro el reloj que carcome
las flores de las anchas avenidas
por las que soy y la penumbra recorro,
con mi cirio cruelmente enlutado
al esperar el alba, sin ti, insomne.

II

Con un pie bien puesto
sobre la rigidez de la nada
cual roca, alisto mi bandera
después de alojada en tu boca.

Ante el espejo, es cierto,
me doy un aire de invulnerable,
de espinoso cactos en sequía
incluso en el más cruento desierto,
y soy como el más negro cuervo
detestable
buscando en soledad cofradía.

Una copa o dos, quizás tres...
Bah! ¿Y qué importa
el sueño de un rapaz que vuela
a pesar de tan anclados los pies?
¿Y qué si en nada puede o reconforta
el demonio que a mi pecho se cuela?

Mucho ha contado mi pecho en pena
sobre la ausencia y sus reveces,
sobre la sangre acumulada en las venas
a media noche
-la mayoría de las veces-.
en las que la Luna repta, tranquila,
sobre mis ganas en tu vientre.

¿Y qué más dan estas deshoras
con el latido vilmente desbocado,
sin mi brazo atado a tu cintura
a pesar de su candor y su soltura
en esta latitud de parajes desolados
en la que camina la Muerte traidora?

Pero yo ya he muerto y he visto
ese todo tendiendo a menos,
he visto, mi mirada perdida
y también esta corbata en mi cuello
aferrándose a los senos
de una Musa dulcemente ficticia.

He visto el lento morir del ciprés,
la danza las Lunas insomnes
cuando lloran olvidadas,
he visto el diario disfraz del ser
cuando recita quedo tu nombre
antes de saltar a la hondonada.

Pero soy sangre derramada,
un trago a solas, una luz apagada,
un demonio con blancas alas,
una quimera desangelada;
soy un cadáver embalsamado
nutrido de un recuerdo con balas.

Y sin embargo me miras
con la indiferencia del reojo,
cuando apenas el cielo es rojo
y mis labios desconocen la mentira.

Mucho ha contado mi pecho en pena,
mientras escribo y afilo la navaja
que pretende desnudas majas,
muy a pesar de que me cercena.

III

Bien podría arrancarte del sueño
en el de pronto te sumerges,
tan liviana como viento del sudeste,
y pretender ser del mar su soplo
y de tu pecho tu dueño.

Pero bien lo sabes, o lo has de saber:
prefiero hacerme el imbécil trastocado
que embriaga de tristeza el confeti
que a media noche me salta de esta voz
tan efímera y tan dulce cuando en silencio
recito algún poema de Benedetti.

Mi estrategia es morir viviendo
mientras tu vives muriendo
sin mirar mi noche inmersa
en el día, y también viceversa,

IV

Quizás no haya nada peor
que la tristeza en soledad.

Se puede ser triste en compañía
de los amigos aunque no lo sean,
de aquel amor que duró dos días,
de la necedad propia y desalmada
de las letras que buscan perdidas
un rincón para guarecerse de la nada,

Yo no he de buscar la luz y lo bello,
sino la lucidez clandestina de un latido
que a mi lado palpite, fiel y sentido
brindándome al menos un destello.

¡Salud entonces, voraces esqueletos,
por la parranda jamás compartida,
por los días a las noches sujetos
de la más cruel verdad impartida!

V

Del amor poco puedo decir:
Ya sabes, lo mismo de siempre.
Caderas lindando el desengaño,
suspiros vilmente enajenados
por el ritmo incivil de un vientre
que aleja de pronto los daños.

 Pero ya después todo muere...

agosto 11, 2012

¿En que racimos floreces?

¿En qué racimos floreces,
bajo que hondonadas terribles
te escondes mientras
de mi lluvia te guareces,
tan apartada y tan fría
como la muerte que a tientas
busca ser del todo mía,
sin pensar en panes ni peces?

Y no es que espere aquí sentado
que a quemarropa me respondas,
cuando me sirvo el cuarto trago
de esta noche en la rotonda
donde el león ha de buscar algo
en mis entrañas que esconda.

¿Sobre qué edenes tu néctar se posa
en alegatos, negándome la dicha
de ser sin totalmente ser en arrebato
la carne que se afloja en la desdicha
de andar como el gato en el tejado,
cazando en el estomago mariposas?

Y me entretengo en las aristas
de una penumbra sin colores
rayando el alba en estertores
cuando soy en pobredumbre artista.

¿Bajo que notas estarás colgada
de los pechos de un par de acordes
que regurgiten odas plagadas
de carestías en el filo de un borde,
en esa hora en que maldita y hastiada
el vientre del demonio engorde?

Y me proyecto entre las grises ventanas,
bajo el  rayo de Luna emancipado
y las olas que en mí han menguado,
sobre mi pecho y su grandeza enana.


agosto 08, 2012

En mis bolsillos III

I

La mañana rompe con sus claros
inundando el cristalino
y el alma, emancipada del sueño
ha de alejarse de todo lo divino.

Nunca bebas a las seis de la mañana
y mucho menos
de aquel elixir reluciente
de la flor de la caña.

II

Y uno entra al mundo del capital
por aquella irrazonable razón
de querer ser alguien real.

Cuento mis monedas,
he de hacerme de composta
para fertilizar mis bolsillos,
me anudo la corbata,
me hago íntimo amigo
al despertar del rastrillo.

Y uno se siente portentoso
ante el brillo maculado
de un pensar pretensioso.

Vuelvo a contar mis monedas,
bebo sin duda mejores tragos 
acompañados de mi fiel tabaco,
peino a diario mis cabellos,
embadurno de certeza
mis ojos cada vez más opacos.

Y uno se reviste de ademanes
y hace uso de la retórica
como lo hacen los charlatanes.
 
Cuento mis monedas,
he de llegar a rastras a casa
hambriento y empedernido,
para mirar la Luna en lo alto,
para aceitar los engranes
y mirarme vacío y desvivido.

Y uno se siente acechado
por los números cuando rojos
emulan a cualquier dios lacerado.

Cuento mis monedas,
he de sonreír a viva fuerza
de una alborada sin sabor,
de escuchar el tintinear del cobre,
del saberme vano y perdido
de mi pecho en clamor.

Y uno siente la fuerza del mar
surcando bajo los párpados,
y uno requiere, así sin más
un racimo de ese cielo etiquetado
en estos tiempos malvados
en donde todo ha de naufragar.

III
.
La ciudad no duerme
a pesar de la ausencia
de luces y del cantar
del grillo enajenado,
en cada tenue latido
nace una vez -y muere
otras tantas- esa insípida gloria
de sabernos en el rojo del albor
sedientos y mortalmente vivos.

Mucho he caminado
para llegar a aquel sitio
donde jamás he estado,
muchas Lunas han visto
mi frente sin laureles marchita,
a pesar del vendaval en alto.

Pero todo ha de ser quizás
el mismo viejo alquitrán
rondando las entrañas
y las ganas de más,
todo debe ser una broma
pueril y francamente tonta
de un dios sin edad.

Las seis con trece
y un par de whiskys
me cantan canciones
que ya había olvidado
y la nada acontece;
las decenas de cigarrillos
que a diario he fumado
mis pulmones aún no adolecen
este vicio enraizado
de amores emancipados.

Y sin embargo la ciudad
no duerme, ni respira
siquiera en la quietud
de prolongados vicios
que rememoran virtud.

IV

Ha de tener razón el poeta
que antepone irracionalmente
el corazón -incluso en estertor-
al raciocinio de una mente
que no ha nacido para esteta.

Ha de tener razón por el hecho
más simple de no tenerla,
por hacerse el imbécil en un lecho
carmesí simulando el nácar de las perlas
en el fondo de un océano deshecho.

Ha de tener razón inequívoca,
por que me juego la vida
entre calcinadas epístolas
a las pasiones perdidas.


Ha de tener razón el poeta
cuando espera a su musa
sujetando una escopeta.